ristorante Schuman (una estrella Michelín)
(Este artículo se ha publicado también en Ispra.)
Como regalo de cumpleaños adelantado, Marina me invitó a cenar en nuestro segundo Michelín-estrellado: el Schuman de Ispra, una estrella, y alguna fama en la zona porque "está siempre cerrado", según mis compañeros. Al menos respondieron a mi petición de reserva. Marina sugirió que quizá fuera un restaurante de los que sólo abren si han recibido reservas: los dos pensábamos que estaría vacío.
La tarde no empezó con buenos augurios: estábamos cansados, con algo de dolor de barriga, y el calor de estos días había formado una nube negrísima que descargó ya de noche. Tras varias horas de siesta, saltándonos el compromiso con Mr. Potter, hasta el último momento no decidimos ir a cenar. Eso sí, siempre con el recuerdo de Can Roca en mente.
Por supuesto, antes de ir ya conocíamos la carta, el precio aproximado y lo que íbamos a pedir: un menú degustación. Más tarde llegaron hasta cuatro parejas más, y todos ellos iban a cenar a la carta, pues con ella en mano quisieron pedir. Pero el chef y dueño del restaurante, Silvio, les dijo lo mismo que a nosotros, que les recomendaba un menú especial de todo un poco, con carne, pescado, marisco. El precio es mucho mejor en un menú de este tipo que a la carta, así que no tuvo problemas en convencer a los demás y los diez cenamos lo mismo.
Silvio salía personalmente a aconsejar, algo que no sé si es común; en Can Roca, Joan salió al final a preguntarnos qué tal la comida, pero allí comen hasta 200 personas al tiempo, mientras que en el Schuman sólo caben 40 como máximo. El caso es que volvió a salir cuando se servía cada plato, así que seis platos por cinco mesas son treinta paseos. Por supuesto, él no se encarga ya de la confección física de cada plato: los ideó en cierto momento, y supongo que ahora los supervisa en cocina.
Nos preguntó por el menú y le pedimos que hablara un poco más despacio, que no hablábamos italiano. Se quedó de piedra: "no fue el señor quien reservó por email?". Sí, pero no es lo mismo hablarlo que escribirlo con tiempo. "Ma il suo italiano è ottimo". En este momento yo ocupaba dos sillas de ancho, y eso que no habíamos empezado a cenar. Nos presentó a Nico, el sommelier, que para las pocas mesas abiertas también ejerció de jefe de sala y a veces de camarero.
A éste le pedimos el abbinamento, es decir, el maridaje con vinos a su elección según el menú, pero nos llevamos el primer chasco: no hacían degustación, y nos podía recomendar algún vino para toda la comida. No conocemos ni D.O. ni apenas nada de los vinos italianos, así que eligió él. En la foto no se aprecia bien, no usé flash y la iluminación era media. El vino es un caberné de 2004, de la zona del SudTirol - Alto Adice, y se llama St. Michael-Eppan. Al principio tenía muy buen sabor, suave y fácil de beber, nada complejo ni extraño a nuestro paladar. Quizá en otra ocasión debamos pedir algo más elaborado. Será cuestión de probarlos todos. Por cierto, que como en Can Roca, la botella no cenó con nosotros, estuvo siempre en la mesa auxiliar, con los demás vinos de las otras mesas.
No me entretengo más. Foto de la presentación de la mesa y vamos con el papeo.
Mientras esperábamos nos sirvieron el pan: eran cuatro piezas de tamaño medio -como mi puño de grandes- de distintos sabores, todas hechas en el mismo restaurante: un pan blanco, uno al basilico (albahaca), uno a las olivas negras y el último no llegamos a probarlo, y además no recuerdo el sabor. También había dos bastones de pan que se aprecian detrás. Con el pan, una tarrina de mantequilla a las hierbas hecha también en casa. Quizá es la falta de costumbre al sabor, a mí no me pareció nada del otro mundo.
Como entrante, un paté de hígado de pato, hecho en casa como todo, excelente y un poco pesado para mi gusto. La tosta que lo acompañaba, lo mismo.
Primer plato: ternera hecha al modo clásico italiano, con verduritas frescas y aceto de Módena, acompañado (en la cuchara) de paté de atún y mayonesa (¿era mantequilla?) hecha dos minutos antes de servir el plato. La ternera estaba cocida, es como jamón york pero obviamente no es cerdo. El plato llevaba algo más que no recuerdo. No estaba nada mal la combinación, y desde luego todos los ingredientes eran de primera calidad.
Segundo plato: bonito apenas hecho, con una base de verduras cocidas. Para mi gusto, impresionante era poco. Seguramente el mejor plato, tal cual lo recuerdo ahora. Marina me discutió durante diez minutos que era bacalao. Ni hablar.
Tercer plato: pulpitos con habas tiernas y lachas de queso, con aceite de oliva virgen. Nos dijeron más adjetivos y componentes, pero esto es lo que recuerdo. Sin duda, el plato más original de todos, con el pulpito tan tierno como el queso y las propias habas. De repetir. Pero llevábamos la mitad de la cena.
Cuarto plato: tributo a la cocina italiana más de casa, de toda la vida: pasta. No tortellini (que es plural) sino un tortellino, o más bien un tortello, relleno de queso y ricota. Estaba muy bueno, pero no habíamos ido a comer pasta. Ah, se siente.
Quinto plato: por favor, se me levanten y aplaudan: mejillones en salsa. Los mejillones estaban tan suaves y frescos que estallaban en sabor en la boca. Nos contó Silvio que en Italia son más pequeños que en España, no haré comentarios. Pero los hemos comido en el santuario fabril del Belgo Central en Londres, donde no hacen otra cosa, y allí también tienen el mismo tamaño que en España. También nos dijo el chef que los crían colocando un poste clavado en el fondo del agua, y allí se agarran los bichos. La salsa era... no me acuerdo. Estaban increíbles.
Sexto plato: división: a mí me pusieron merluza, y a Marina atún. El mío no entusiasmaba, muy correcto, pero estaba mejor la salsa que la merluza, lo que no habla muy bien del plato (espero no llevarme muchos palos por decir esto). El de Marina estaba buenísimo, creo que ella opinaría que fue el mejor de la cena. Por cierto que nos recordó al ¿tartar? del Spoon en Alicante (que recordamos sin duda; curiosidad: tienen carta de aguas aunque, lástima, ya no tienen tienda de delicatessen).
Prepostre: helado de piña con una mora. Estaba muy bueno, se notaba que era casero, nada dulzón ni empalagoso, sólo el sabor del ingrediente y au. Pero vista (mejor dicho, probada) la calidad de los gelatti aquí, no era nada del otro mundo.
Postre: de nuevo división: a Marina le pusieron un postre de nata con moras bastante anodino, que ni siquiera llegué a probar. A mí un helado con uvas y reducción de vino tinto, impresionante. No relamí el cuenco porque está mal visto, que si no... La foto no permite hacerse mucha idea, porque no se distingue el negro del vino con las uvas y el cuenco.
Y finalmente unos dulces mientras otras mesas degustaban café servido en un servicio de cobre. Nos abstuvimos: con varias horas de siesta encima, si tomábamos café a las 23h, imposible dormir.
Conclusiones. Presentación y servicio de alta calidad, productos fresquísimos, recetas tradicionales con algún toque nuevo, que no diría yo innovativo. Desde luego no es un restaurante para ir habitualmente. Y desde luego diametralmente distinto a la cocina de vanguardia que puedan hacer Adrià o Roca. Y es que tenemos la impresión de que nos equivocamos yendo a Can Roca, como yendo a Angkor: ahora todo queda empequeñecido. Aunque no hay comparación posible, son demasiado distintos.
Como regalo de cumpleaños adelantado, Marina me invitó a cenar en nuestro segundo Michelín-estrellado: el Schuman de Ispra, una estrella, y alguna fama en la zona porque "está siempre cerrado", según mis compañeros. Al menos respondieron a mi petición de reserva. Marina sugirió que quizá fuera un restaurante de los que sólo abren si han recibido reservas: los dos pensábamos que estaría vacío.
La tarde no empezó con buenos augurios: estábamos cansados, con algo de dolor de barriga, y el calor de estos días había formado una nube negrísima que descargó ya de noche. Tras varias horas de siesta, saltándonos el compromiso con Mr. Potter, hasta el último momento no decidimos ir a cenar. Eso sí, siempre con el recuerdo de Can Roca en mente.
Por supuesto, antes de ir ya conocíamos la carta, el precio aproximado y lo que íbamos a pedir: un menú degustación. Más tarde llegaron hasta cuatro parejas más, y todos ellos iban a cenar a la carta, pues con ella en mano quisieron pedir. Pero el chef y dueño del restaurante, Silvio, les dijo lo mismo que a nosotros, que les recomendaba un menú especial de todo un poco, con carne, pescado, marisco. El precio es mucho mejor en un menú de este tipo que a la carta, así que no tuvo problemas en convencer a los demás y los diez cenamos lo mismo.
Silvio salía personalmente a aconsejar, algo que no sé si es común; en Can Roca, Joan salió al final a preguntarnos qué tal la comida, pero allí comen hasta 200 personas al tiempo, mientras que en el Schuman sólo caben 40 como máximo. El caso es que volvió a salir cuando se servía cada plato, así que seis platos por cinco mesas son treinta paseos. Por supuesto, él no se encarga ya de la confección física de cada plato: los ideó en cierto momento, y supongo que ahora los supervisa en cocina.
Nos preguntó por el menú y le pedimos que hablara un poco más despacio, que no hablábamos italiano. Se quedó de piedra: "no fue el señor quien reservó por email?". Sí, pero no es lo mismo hablarlo que escribirlo con tiempo. "Ma il suo italiano è ottimo". En este momento yo ocupaba dos sillas de ancho, y eso que no habíamos empezado a cenar. Nos presentó a Nico, el sommelier, que para las pocas mesas abiertas también ejerció de jefe de sala y a veces de camarero.
A éste le pedimos el abbinamento, es decir, el maridaje con vinos a su elección según el menú, pero nos llevamos el primer chasco: no hacían degustación, y nos podía recomendar algún vino para toda la comida. No conocemos ni D.O. ni apenas nada de los vinos italianos, así que eligió él. En la foto no se aprecia bien, no usé flash y la iluminación era media. El vino es un caberné de 2004, de la zona del SudTirol - Alto Adice, y se llama St. Michael-Eppan. Al principio tenía muy buen sabor, suave y fácil de beber, nada complejo ni extraño a nuestro paladar. Quizá en otra ocasión debamos pedir algo más elaborado. Será cuestión de probarlos todos. Por cierto, que como en Can Roca, la botella no cenó con nosotros, estuvo siempre en la mesa auxiliar, con los demás vinos de las otras mesas.
No me entretengo más. Foto de la presentación de la mesa y vamos con el papeo.
Mientras esperábamos nos sirvieron el pan: eran cuatro piezas de tamaño medio -como mi puño de grandes- de distintos sabores, todas hechas en el mismo restaurante: un pan blanco, uno al basilico (albahaca), uno a las olivas negras y el último no llegamos a probarlo, y además no recuerdo el sabor. También había dos bastones de pan que se aprecian detrás. Con el pan, una tarrina de mantequilla a las hierbas hecha también en casa. Quizá es la falta de costumbre al sabor, a mí no me pareció nada del otro mundo.
Como entrante, un paté de hígado de pato, hecho en casa como todo, excelente y un poco pesado para mi gusto. La tosta que lo acompañaba, lo mismo.
Primer plato: ternera hecha al modo clásico italiano, con verduritas frescas y aceto de Módena, acompañado (en la cuchara) de paté de atún y mayonesa (¿era mantequilla?) hecha dos minutos antes de servir el plato. La ternera estaba cocida, es como jamón york pero obviamente no es cerdo. El plato llevaba algo más que no recuerdo. No estaba nada mal la combinación, y desde luego todos los ingredientes eran de primera calidad.
Segundo plato: bonito apenas hecho, con una base de verduras cocidas. Para mi gusto, impresionante era poco. Seguramente el mejor plato, tal cual lo recuerdo ahora. Marina me discutió durante diez minutos que era bacalao. Ni hablar.
Tercer plato: pulpitos con habas tiernas y lachas de queso, con aceite de oliva virgen. Nos dijeron más adjetivos y componentes, pero esto es lo que recuerdo. Sin duda, el plato más original de todos, con el pulpito tan tierno como el queso y las propias habas. De repetir. Pero llevábamos la mitad de la cena.
Cuarto plato: tributo a la cocina italiana más de casa, de toda la vida: pasta. No tortellini (que es plural) sino un tortellino, o más bien un tortello, relleno de queso y ricota. Estaba muy bueno, pero no habíamos ido a comer pasta. Ah, se siente.
Quinto plato: por favor, se me levanten y aplaudan: mejillones en salsa. Los mejillones estaban tan suaves y frescos que estallaban en sabor en la boca. Nos contó Silvio que en Italia son más pequeños que en España, no haré comentarios. Pero los hemos comido en el santuario fabril del Belgo Central en Londres, donde no hacen otra cosa, y allí también tienen el mismo tamaño que en España. También nos dijo el chef que los crían colocando un poste clavado en el fondo del agua, y allí se agarran los bichos. La salsa era... no me acuerdo. Estaban increíbles.
Sexto plato: división: a mí me pusieron merluza, y a Marina atún. El mío no entusiasmaba, muy correcto, pero estaba mejor la salsa que la merluza, lo que no habla muy bien del plato (espero no llevarme muchos palos por decir esto). El de Marina estaba buenísimo, creo que ella opinaría que fue el mejor de la cena. Por cierto que nos recordó al ¿tartar? del Spoon en Alicante (que recordamos sin duda; curiosidad: tienen carta de aguas aunque, lástima, ya no tienen tienda de delicatessen).
Prepostre: helado de piña con una mora. Estaba muy bueno, se notaba que era casero, nada dulzón ni empalagoso, sólo el sabor del ingrediente y au. Pero vista (mejor dicho, probada) la calidad de los gelatti aquí, no era nada del otro mundo.
Postre: de nuevo división: a Marina le pusieron un postre de nata con moras bastante anodino, que ni siquiera llegué a probar. A mí un helado con uvas y reducción de vino tinto, impresionante. No relamí el cuenco porque está mal visto, que si no... La foto no permite hacerse mucha idea, porque no se distingue el negro del vino con las uvas y el cuenco.
Y finalmente unos dulces mientras otras mesas degustaban café servido en un servicio de cobre. Nos abstuvimos: con varias horas de siesta encima, si tomábamos café a las 23h, imposible dormir.
Conclusiones. Presentación y servicio de alta calidad, productos fresquísimos, recetas tradicionales con algún toque nuevo, que no diría yo innovativo. Desde luego no es un restaurante para ir habitualmente. Y desde luego diametralmente distinto a la cocina de vanguardia que puedan hacer Adrià o Roca. Y es que tenemos la impresión de que nos equivocamos yendo a Can Roca, como yendo a Angkor: ahora todo queda empequeñecido. Aunque no hay comparación posible, son demasiado distintos.
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