memoria del paladar (2)

Juan Mari Arzak, frente al premio Nobel

Sucedió en la Zona Rosa de la Ciudad de México, en el restaurante Tezca, una franquicia de Juan Mari Arzak que gobierna el joven cocinero donostiarra Bruno Oteiza. Coincidí allí en una agradable cena con la embajadora española Cristina Barrios, con Gabriel García Márquez, su mujer, Mercedes, y otros amigos. […]

Esa noche ocurrió algo que puso en evidencia que el ser humano le da muchísima más importancia al estómago que al cerebro, cosa que yo había sospechado desde tiempos muy remotos. García Márquez y Arzak estaban sentados uno junto al otro, pero el premio Nobel ocupaba el primer plano, cerca del pasillo de salida. Apenas hubo un cliente que antes de abandonar el restaurante no acudiera a nuestra mesa para saludar y felicitar al famoso cocinero. Y para darle un abrazo tenían que hacerlo sobre la espalda del premio Nobel e incluso con algún codazo en la nuca.

–Gracias, Juan Mari. En mi vida he degustado un pichón con cerezas como el de esta noche. No lo olvidaré nunca.

–Me alegro –decía Arzak.

–Enhorabuena, Juan Mari, por esa sopa de ostras con zumo de espinacas y perejil.

Entre los clientes agradecidos y el cocinero se encontraba un premio Nobel al que ninguno de los comensales que salía del restaurante con el estómago agradecido se dignó dirigirle ni siquiera una frase de admiración, pese a que la imagen de García Márquez en México es sobradamente conocida.

–¿Cómo has conseguido ese milagro del bogavante con los macarrones de cebollino? –le preguntaba uno.

–¡Divinos esos cogollitos! Volveremos muchas veces para ser felices.

Yo veía a García Márquez cada vez más hundido en una evidente depresión. Ni una palabra, ni una sonrisa, ni una mirada para él. Sin duda, pensaba como yo que era más agradecido inventar unos cogollitos gratinados que escribir Cien años de soledad. […]

(Comer y beber a mi manera, Manuel Vicent, Alfaguara 2006)

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